La pandemia prolongada puede clausurar etapas de la vida

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Nuestra especie tiene etapas vitales críticas y únicas. Críticas porque implican características emocionales y cognitivas claves del ser humano, como la adolescencia y la vejez prolongada. Únicas porque ni siquiera nuestros primos hermanos los chimpancés tienen estos ciclos de la vida. 

En el ser humano la maduración cerebral es mucho más lenta y compleja que en las demás especies. Nacemos más inmaduros y requerimos un lento proceso de desarrollo madurativo cognitivo, emocional, motor y sensorial. Al mismo tiempo padecemos de problemáticas cognitivas de la vejez que implica un derrumbe del gran castillo intelectual, que construimos a lo largo de la vida con la gran corteza cerebral que detentamos.

En tiempos de pandemia y largas cuarentenas se han perdido o modificado gran parte de las actividades sociales, ha aumentado la exposición a la actividad virtual, cambiado los horarios en del sueño e incrementado el estrés. Se afectan así los ciclos vitales, con posibilidades de afección disruptiva y aumento de patologías, muchas no existentes hasta este momento.

Quizá el hombre sea el ser biológico que más se modifica durante su ciclo vital. Es decir desde que nace hasta que termina su existencia. Pues llega al mundo mucho más inmaduro que casi todas las demás especies (por ejemplo el chimpancé o el perro que pueden deambular al nacer), tanto desde el punto de vista corporal como cerebral. Sin embargo, ese ser indefenso con el tiempo alcanza la máxima expresión cognitiva a la que ha llegado un ser viviente y se convierte en el conquistador del mundo. Siendo la única especie que ha arribado a los cinco continentes, por su gran capacidad migratoria, que incluye grandes posibilidades motoras y corporales (sudoración, pérdida del pelo y bipedestación, entre otras).

Es así, que pueden dividirse arbitrariamente momentos específicos de la vida: Infancia, niñez, adolescencia, adultez y ancianidad (adulto mayor). Aunque actualmente se ha modificado con el cambio tecnológico, médico y el aumento de la esperanza de vida.

Especialmente por la extensión de la misma, desde la adolescencia que actualmente se extiende hasta pasados los 20 años o la ancianidad hoy llamada adultez mayor.

Se ha prolongado tanto la supervivencia del hombre que ha dado lugar a una subdivisión de la esta última: temprana, intermedia y tardía).

El cerebro del bebé a término nace con casi cien mil millones de neuronas pero muy poco conectadas entre ellas, que se encuentran muriendo desde ese momento. Nacemos con la expresión de genes que se constituyeron hasta el nacimiento, pero durante toda la existencia se irán expresando otros que silenciosos, nos van conformando (epigenética). Existe una plasticidad genética y neurológica que va expresando proteínas y sinapsis que constituyen quienes somos. El niño nace con 2500 sinapsis aumentando a 18.000 a los seis meses. Esta arborización es clave para constituir las redes que conforman la función  En la desnutrición o en la falta de estímulo estas comunicaciones se observan claramente afectadas. Durante la niñez el cerebro tiene más neuronas, pero menos conectadas mucha más anarquía funcional. El confinamiento puede afectar los estímulos ambientales y esta anarquía.

Un grupo de Harvard liderado Takao Hensch, descubrió un sistema manejado y controlado a través de neurotransmisores inhibitorios (GABA), que auditan cuales neuronas se activan y cuáles no. Sin este manejo sería anárquica la llegada de la información a nuestro cerebro. Es un sistema que controla a las neuronas, habilitando que terminen los periodos críticos para recibir información con alta potencialidad. Pues no podríamos incorporar estímulos permanentemente de esa manera. Nacemos casi apráxicos y sin lenguaje, para rápidamente aprender los fonemas de los seres cercanos, función que se incorpora especialmente en el segundo semestre de vida.

Poseemos un sistema nervioso que se abre a la búsqueda; especialmente con las manos, la boca y los ojos sobre el mundo exterior. Captura y toma información del mundo exterior con los sentidos y con las neuronas en espejo que se activan con lo que hacen los otros. Mientras tanto sostenemos la cabeza a los tres meses, nos sentamos a los seis y pasamos de cuadrúpedos a bípedos en el primer año de vida. Hasta los dos años de vida poseemos menos palabras que los chimpancés a esa edad. No solo para expresarlas, sino los nodos de ideas que constituyen la ideación son memos.

El lenguaje se acompaña del desarrollo de las prácticas complejas (praxias) que permiten expresarse con dibujos y convertir esos dibujos en escritura que expresen la ideación. También en movimientos de nuestra boca que los sonidos se conviertan en palabras y  el reconocimiento de nosotros mismos (metacognición).

Nos convertimos entonces en seres sociales, pasamos a la adolescencia cuando continuando  la actividad exploratoria infantil, pero en este caso consiste en la búsqueda de nueva experiencia social; conociendo además lo que le pasa al otro (cognición social). Esta búsqueda ha servido en forma evolutiva para despegarse del resto de la familia y combinar con nuevos genes de otros grupos, mezclando su carga genética y evitando enfermedades endogámicas. El adolescente desarrolla en ese momento su sistema emocional (sistema límbico) antes que su corteza cerebral siendo más impulsivo y emocional que el adulto.

Generando mayor búsqueda de opciones pero también con mayor riesgo de accidentes y enfermedades psíquicas (casi el 50 por ciento de las enfermedades mentales ya se expresaron en la adolescencia). Se considera actualmente que la adolescencia comienza antes por el aumento de estímulos.  

Recién a los treinta años el cerebro humano termina de madurar totalmente. Su corteza más compleja, que es la prefrontal, constituye la capacidad de abstracción y de controlar las emociones e instintos. Llegando a esa edad a su máxima capacidad cognitiva.

A partir de ese momento entraremos en la adultez media desde los 40 a los 60 años. Tiempo de madurez, ya que a un cerebro desarrollado se le agrega mayor experiencia, a pesar que ya se empieza a perder neuronas, capacidades motrices y cognitivas. Llegará un momento que esa compensación no se podrá compensar. Sin embargo, actualmente los adultos mayores presentan  cerebros más interconectados que hace no muchos años atrás, lo cual ha generado un grupo que algunos denominan prevejez, que ira de los 60 hasta los 65 a los años. Periodo durante el cual se pueden desarrollar tareas intelectuales y motoras que antes no podían; desarrollando características especiales que aún no han sido comprendidas cabalmente, tanto por el equipo de salud mental, los sociólogos o los economistas.

A partir de los 65 años se entraría en la vejez propiamente dicha. A partir de ese tiempo de la vida comenzarán a expresarse genes silenciosos del envejecimiento, que generan muerte celular programada (apoptosis) y por supuesto la neuronal. Si este proceso se acelera se convertirá en la Enfermedad de Alzheimer. Existen algunas hipótesis de adelantos de esta enfermedad en pacientes que padecieron Covid-19 o de como el encierro y el estrés también pudieran cambiar su evolución.  

Existe un gran impacto por la pandemia en el desarrollo, maduración y envejecimiento psicológico y cerebral. Pudiéndose incluso saltar o clausurar etapas de la vida. Disminuir la influencia negativa de esta anormalidad debe tenerse siempre presente.

Luis Ignacio Brusco
Psiquiatra y Doctor en Filosofía
Prof. Titular Facultad de Medicina-UBA

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